Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según
las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me
incorporo en este
nicho en el que hace 45 años que
me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o
ladrar los
perros, o fluir blandamente la
luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como
un perro enfurecido, fluyendo
como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca
amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por
qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres
en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren
lentamente en el
mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra
podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del
día,
las tristes azucenas letales de
tus noches?
Preparativos de viaje
Unos
se van quedando estupefactos,
mirando sin avidez, estúpidamente, más allá, cada
vez más allá,
hacia la otra ladera
otros
voltean la cabeza a un lado
y otro
lado,
sí, la pobre cabeza, aún no vencida,
casi
con gesto de dominio,
como si no quisieran perder la última página de
un libro de
aventuras,
casi con gesto de desprecio
cual si quisiera
envolver con despectiva indiferencia las espaldas
a una cosa apenas si entrevista,
mas que no va con ellos.
Hay algunos
que agitan con angustia los brazos por fuera del
embozo,
cual si en torno a sus sienes
espantaran tozudos moscardones
azules
o cual si bracearan en un agua densa,
poblada de invisibles
medusas.
Otros maldicen a Dios,
escupen al Dios que los hizo
y las cuerdas heridas de sus chillidos
acres
atraviesan como una pesadilla las salas insomnes
del hospital,
hacen oscilar como viento sutil
las alas de las tocas
y cortan el torpe vaho del cloroformo.
Algunos llaman con débil voz
a sus madres
las pobres madres, las dulces madres
entre cuyas costillas hace ya muchos años que se pudren las
tablas del ataúd.
Y es muy frecuente
que el moribundo hable de viajes largos
,de viajes por transparentes mares azules, por archipiélagos
remotos,
y que se quiera arrojar del lecho
porque va a partir el tren, porque ya
zarpa el barco.
(Y entonces se les hiela el alma
a aquellos que rodean al enfermo.
Porque comprenden.)
Y hay algunos, felices,
que pasan de un sueño rosado, de un sueño
dulce, tibio y dulce,
al sueño largo y frío.
Ay, era ese engañoso sueño,
cuando la madre, el hijo, la hermana
han salido con enorme
emoción, sonriendo, temblando, llorando,
han salido de puntillas,
para decir: «¡Duerme tranquilo, parece que duerme
muy bien!»
Pero, no: no era eso.... Oh sí; las madres lo
saben muy bien: cada niño se duerme de
una manera distinta...
Pero todos, todos se quedan
con los ojos abiertos.
Ojos abiertos, desmesurados en el espanto último,
ojos en guiño, como una soturna broma, como
una mueca ante
un panorama grotesco,
ojos casi cerrados, que miran por fisura, por un
trocito de arco,
por el segmento inferior de las pupilas.
No hay mirada más triste.
Sí, no hay mirada más profunda ni más triste.
Ah, muertos, muertos, ¿qué habéis visto
en la esquinada cruel, en el terrible momento del
tránsito?
Ah, ¿qué habéis visto en ese instante del
encontronazo con el
camión gris de la muerte?
No sé si cielos lejanísimos de desvaídas
estrellas, de lentos
cometas solitarios hacia la torpe nebulosa inicial,
no sé si un infinito de nieves, donde hay un rastro de
sangre, una
huella de sangre inacabable,
ni si el frenético color de una inmensa orquesta
convulsa cuando
se descuajan los orbes
,ni si acaso la gran violeta que esparció por el mundo
la tristeza
como un largo perfume de enero,
ay, no sé si habéis visto los ojos profundos, la faz
impenetrable.
Ah, Dios mío, Dios mío, ¿qué han visto un instante
esos ojos que
se quedaron abiertos?
Monstruos
Todos los días rezo esta oración
al levantarme:
Oh Dios,
no me atormentes más.
Dime qué significan
estos espantos que me rodean.
Cercado estoy de monstruos
que mudamente me preguntan
igual, igual que yo les interrogo a ellos.
Que tal vez te preguntan,
lo mismo que yo en vano perturbo silencio de
tu invariable noche
con mi desgarradora interrogación.
Bajo la penumbra de las estrellas
y bajo la terrible tiniebla de la luz solar,
me acechan ojos enemigos,
formas grotescas me vigilan,
colores hirientes lazos me están tendiendo:¡son
monstruos
estoy cercado de monstruos!
No me devoran.
Devoran mi reposo anhelado,
me hacen ser una angustia que se desarrolla a sí
misma,
me hacen hombre,
monstruo entre monstruos.
No, ninguno tan horrible
como este Dámaso frenético,
como este amarillo ciempiés que hacia ti clama
con todos sustentáculos enloquecidos,
como esta bestia inmediata
transfundida en una angustia fluyente,
no, ninguno tan monstruoso
como esta alimaña que brama hacia ti,
como esta desgarrada incógnita
que ahora te increpa con gemidos articulados,
que ahora te dice:
«Oh Dios
,no me atormentes
más
,dime
qué significan
estos monstruos que me rodean
y este espanto íntimo que hacia ti gime en la noche.